lunes, 10 de octubre de 2016

Balance de entropía

El mundo que nos rodea está lleno de ruido. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos estamos completamente acompañados de ruido. Algunas veces es agradable y otras insoportable. En muchas ocasiones no sabemos distinguir entre el placer del silencio o el del propio ruido.

Una canción preciosa que suena en nuestros auriculares de camino al trabajo o a la universidad, puede convertirse en un infierno si la escuchamos demasiado alto o si uno de nuestros auriculares se estropea y el sonido se queda huérfano a derecha o izquierda. Del mismo modo, si estamos asistiendo a un discurso – por ejemplo, de Rajoy o su gobierno hablando de regeneración democrática – quizá apreciemos el silencio en aquel momento como el tesshhoro más preciado.

No nos ponemos de acuerdo respecto a lo que está ordenado y lo que no. Respecto a lo que merece un lugar propio y lo que no. Respecto a lo que merece nuestro respeto y lo que no. Respecto a lo que percibimos como riguroso y lo que no.

Vivimos en un continuo orden que se viste de carnaval para olvidarse del desorden del que nació. Hoy tenemos más medios de comunicación que nunca para poder informarnos, podemos acceder a fuentes de información que hace años eran inimaginables, podemos comunicarnos con otros países a golpe de ratón y podemos saber más que nunca sobre nuestro pasado. Pero, tenemos un grandísimo problema: no nos suele gustar por regla general la historia del pasado. Imaginamos un futuro que se desembaraza del presente actual y pretendemos echar raíces en el desorden, olvidando el terreno que nos ha hecho crecer como árbol.

En el panorama político actual contemplamos como hay diversos bloques que tienden a volver al pasado. El magnate Trump con el muro que tiene en mente respecto a México, Marine Le Pen y su Frente Nacional – En ambos comprobamos ese lenguaje fronterizo y de batalla, de confrontación respecto a otro bloque enemigo: el extranjero que por el mero hecho de serlo puede mermar, según ellos, las capacidades que algún día hicieron grande a sus países – , también está Nikos Michaloliakos, líder que estuvo en la cárcel del Partido Amanecer Dorado griego, que afirma que los crematorios y las cámaras de gas no existieron. No hay que olvidar que en un país como Alemania, está la líder de (AfD) Alternativa por Alemania, Frauke Petry, que dice con total tranquilidad que el islam es una amenaza para las raíces judeocristianas que forman la tradición alemana, o que para convivir las reglas están claras si esas reglas son las suyas. Otro de los casos representativos de vuelta al pasado está en Dinamarca, en dónde está prohibido, si eres danés, casarte con un emigrante menor de 24 años que haya venido al país. Ésto fue idea del Partido Popular Danés (PPD) que quedó segundo en las generales del año pasado. De existir Birgitte Nyborg, se escandalizaría más que algunos políticos reales.

Probablemente haya muchos más ejemplos, pero todos éstos tienen en común la vuelta al pasado sin examinarlo correctamente, sin aprender de él. Miran al futuro de un modo simplista y marcado por el miedo. Creen que el desorden actual puede arreglarse con un orden represivo que huye del multiculturalismo – algo, por otra parte, tremendamente típico en la sociedad actual de la globalización – y de la diversidad.

Todos estamos más o menos de acuerdo, en que no es posible actualmente un mundo sin ningún tipo de frontera, o que no es posible acoger a todos los refugiados o inmigrantes sin un cierto control puesto que el Estado puede acabar desbordado. Pero ¿No se creó la UE para favorecer la integración europea? A parte de generar un mercado común con muchas ventajas en lo económico, claro. ¿Era real ese propósito, o era un adorno colgado de la nueva moneda? Si hay una política común y real de inmigración en Europa, si no estamos dispuestos a vender cuotas de refugiados a ciertos países como Turquía – que ni dentro de su propio país tiene estabilidad – podríamos construir un futuro en el que los árboles que crezcan no se tuerzan nada más nacer. No son palabras vacías, son ideas que están deseosas de ser rellenas de contenido.

En definitiva, el ruido y el desorden nos gobiernan, y a veces podemos ver destellos de razón dentro de un mundo lleno de cambios continuos que no tienen tiempo para asentarse. Es por eso que quiero aportar mi granito de arena, copo de nieve, gota de agua o rayo de sol. Quiero hacer balance de la medida del desorden actual. Mis miras no van más allá de colaborar para que se vaya creando una duna, una capa de nieve de considerable grosor, un charco grande que algún día pueda ser lago o un verano prolongadamente ilustrado de luz.

Quiero hacer balance de la incertidumbre que nos rodea, analizar y opinar sobre cuestiones nacionales o internacionales. Quiero que mi voz sea leída. Quiero escupir mis pensamientos y aprender cada día más. Quiero hacer balance de entropía.

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