El mundo que nos rodea está lleno de ruido. Desde que nos levantamos hasta
que nos acostamos estamos completamente acompañados de ruido. Algunas veces es
agradable y otras insoportable. En muchas ocasiones no sabemos distinguir entre
el placer del silencio o el del
propio ruido.
Una canción preciosa que suena en nuestros auriculares
de camino al trabajo o a la universidad, puede convertirse en un infierno si la
escuchamos demasiado alto o si uno de nuestros auriculares se estropea y el sonido se queda huérfano a derecha o
izquierda. Del mismo modo, si estamos asistiendo a un discurso – por ejemplo,
de Rajoy o su gobierno hablando de regeneración democrática – quizá apreciemos el silencio en
aquel momento como el tesshhoro más
preciado.
No nos ponemos de acuerdo respecto a lo que está ordenado y lo que no.
Respecto a lo que merece un lugar propio y lo que no. Respecto a lo que merece
nuestro respeto y lo que no. Respecto a lo que percibimos como riguroso y lo
que no.
Vivimos en un continuo
orden que se viste de carnaval para olvidarse del desorden del que nació. Hoy tenemos más medios de comunicación que
nunca para poder informarnos, podemos acceder a fuentes de información que hace
años eran inimaginables, podemos comunicarnos con otros países a golpe de ratón
y podemos saber más que nunca sobre nuestro pasado. Pero, tenemos un grandísimo
problema: no nos suele gustar por regla general la historia del pasado. Imaginamos un futuro que se desembaraza del
presente actual y pretendemos echar raíces en el desorden, olvidando el terreno
que nos ha hecho crecer como árbol.
En el panorama político actual contemplamos como hay
diversos bloques que tienden a volver al pasado. El magnate Trump con el muro
que tiene en mente respecto a México, Marine
Le Pen y su Frente Nacional – En
ambos comprobamos ese lenguaje fronterizo y de batalla, de confrontación
respecto a otro bloque enemigo: el extranjero que por el mero hecho de serlo
puede mermar, según ellos, las capacidades que algún día hicieron grande a sus
países – , también está Nikos Michaloliakos,
líder que estuvo en la cárcel del Partido Amanecer Dorado griego, que afirma
que los crematorios y las cámaras de gas no existieron. No hay que olvidar que
en un país como Alemania, está la líder de (AfD) Alternativa por Alemania, Frauke Petry, que dice con total
tranquilidad que el islam es una amenaza para las raíces judeocristianas que
forman la tradición alemana, o que para convivir las reglas están claras si
esas reglas son las suyas. Otro de los casos representativos de vuelta al
pasado está en Dinamarca, en dónde está prohibido, si eres danés, casarte con
un emigrante menor de 24 años que haya venido al país. Ésto fue idea del Partido Popular Danés (PPD) que quedó segundo en las generales del año pasado. De existir Birgitte Nyborg, se
escandalizaría más que algunos políticos reales.
Probablemente haya muchos más ejemplos, pero todos éstos
tienen en común la vuelta al pasado sin
examinarlo correctamente, sin aprender de él. Miran al futuro de un modo
simplista y marcado por el miedo. Creen que el desorden actual puede arreglarse
con un orden represivo que huye del multiculturalismo
– algo, por otra parte, tremendamente típico en la sociedad actual de la
globalización – y de la diversidad.
Todos estamos más o menos de acuerdo, en que no es
posible actualmente un mundo sin ningún tipo de frontera, o que no es posible
acoger a todos los refugiados o inmigrantes sin un cierto control puesto que el Estado puede acabar desbordado. Pero
¿No se creó la UE para favorecer la integración
europea? A parte de generar un mercado común con muchas ventajas en lo
económico, claro. ¿Era real ese propósito, o era un adorno colgado de la nueva moneda? Si hay una política común y real
de inmigración en Europa, si no estamos dispuestos a vender cuotas de refugiados a ciertos países como Turquía – que ni dentro de su propio país
tiene estabilidad – podríamos construir
un futuro en el que los árboles que crezcan no se tuerzan nada más nacer.
No son palabras vacías, son ideas que están deseosas de ser rellenas de
contenido.
En definitiva, el
ruido y el desorden nos gobiernan, y a veces podemos ver destellos de razón
dentro de un mundo lleno de cambios continuos que no tienen tiempo para
asentarse. Es por eso que quiero aportar mi granito de arena, copo de nieve,
gota de agua o rayo de sol. Quiero hacer balance de la medida
del desorden actual. Mis miras no van más allá de colaborar para que se vaya
creando una duna, una capa de nieve de considerable grosor, un charco grande que algún día pueda
ser lago o un verano prolongadamente ilustrado
de luz.
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